Ricardo Sheffield

Nacido en Los Ángeles, California, pero criado en León, Guanajuato, de madre mexicana y padre estadounidense, Ricardo Sheffield es doctor en Derecho por la Universidad Autónoma de Nuevo León y maestro en leyes por la Universidad de Harvard.


Ha fungido como diputado en dos ocasiones, regidor y presidente municipal de León, subsecretario de la Reforma Agraria y, actualmente, procurador federal del consumidor. 


Inquieto desde niño, ha sido guionista, actor, locutor, mago y escritor. Sus años de lecturas, viajes y experiencias (en el mundo de la empresa y la política) lo han llevado a una reflexión constante sobre la historia de México. Ahora, dicho proceso cristaliza en un estudio sobre el que quizá sea su personaje histórico favorito: Miguel Hidalgo y Costilla.

Miguel Hidalgo y Costilla

Sacerdote, teólogo, académico, profesor, administrador parroquial, empresario rural, cura, conspirador, revolucionario, estratega militar, generalísimo, legislador, traidor, Padre de la Patria…

 

Miguel Hidalgo (1753-1811) fue todas esas cosas y más… Lo que es incontrovertible es que se trate, acaso, de la figura más importante de los últimos dos siglos de la historia de México. Al cabo, es él quien marca el antes y el después: sus acciones trazan la línea divisoria, la frontera, entre la Nueva España y el México independiente.

 

Por ello, el libro La ruta de Hidalgo: 7 reglas para gobernar y transformar quiere, más que servir de biografía, hacer un estudio de Hidalgo como líder y entresacar valiosas lecciones políticas para nuestro tiempo.

Capítulos

Empecé a escribir este libro en septiembre de 1983, cuando tenía diecisiete años y estudiaba el penúltimo año de preparatoria en el Instituto Lux, en León (Guanajuato).
Cuando la maestra de historia nos encargó una investigación sobre la Independencia de México, más bien hice lo que quise —como ya era mi costumbre— y me presenté a clase con una obra de teatro que representaba el juicio de la historia respecto a don Miguel Hidalgo y Costilla…
No recuerdo qué calificación me puso la maestra, pero quiero creer que, desde entonces, he venido haciéndome esa pregunta…
Con este libro, La ruta de Hidalgo: 7 reglas para gobernar y transformar, he intentado responderla al fin… tortor, condimentum id sapien a, tempus venenatis massa. Aliquam egestas eget diam sed sagittis. Vivamus consectetur purus vel felis molestie sollicitudin. Vivamus sit amet enim nisl. Cras vitae varius metus, a hendrerit ex. Sed in mi dolor. Proin pretium nibh non volutpat efficitur.

¿Por qué escribir sobre Miguel Hidalgo?

 

Porque, como dice la dra. Claudia Sheinbaum, jefa de gobierno de la CDMX, “Hidalgo fue un hombre ejemplar y avanzado en ideas, congruente con ellas y sensible a la realidad social”.

 

Porque, “A pesar de proceder de una familia acomodada, no dudó en renunciar a sus privilegios”.

Porque la lucha que él inició, junto con Allende, Aldama, los Domínguez, Jiménez y otros, allanó el camino de nuestra independencia. Corrió riesgos, sin arredrarse y se jugó, literalmente, el pellejo. Todo lo puso en la balanza, como hacen los patriotas de a deveras.

 

Y sólo así se puede gobernar y transformar.

Hubo quien le reprochó a Miguel Hidalgo los medios para lograr la libertad del pueblo mexicano y de sus integrantes más desfavorecidos: desde los jueces e inquisidores que lo procesaron hasta los grandes historiadores del siglo XIX, como Mora o Alamán. No obstante, él nunca se avergonzó ni mostró la menor duda, al menos, de que el fin era el correcto.

El ideal de Hidalgo estuvo muy claro desde el principio: todas las mujeres y todos los hombres, mulatos, negros, criollos, indígenas eran iguales ante Dios. A ellas y a ellos fue a quienes convocó la madrugada del 16 de septiembre; a ellas y a ellos los tuvo frente a los ojos cuando los convocó a que se levantaran armas; a ellas y a ellos los tuvo en mente cuando, el 6 de diciembre de 1810, firmó el decreto de abolición de la esclavitud; a ellas y a ellos los tuvo en el corazón cuando recibió las muchas balas en el paredón, ignorante de si algún día se verían realizados sus ideales, pero convencido de que había valido la pena morir por intentarlo.

Nosotros, sus herederos, tenemos que ser capaces de llevar nuestros ideales tan lejos como él.

Hidalgo vivió tiempos convulsos, como nosotros. Enfrentó epidemias y severas crisis económicas. Tuvo que lidiar con los resultados de la corrupción y con un desgobierno constante.

 

Hubo de preguntarse, con justicia, junto con los demás criollos de Nueva España y de América, por qué habría de aceptarse el yugo español si, luego de tantos impuestos y tantos esfuerzos, España no podía ni defenderse ella misma —ya no digamos a sus posesiones americanas— y perdía todas sus guerras. Fue la gota que derramó el vaso.

 

No quedaba otro camino. Había que luchar. Había que quitar a los gachupines del poder.

 

“Todo está bien”, pensaría Hidalgo, “si termina bien”.

Es cierto que don Miguel Hidalgo no era el mejor con los dineros.

 

Sin embargo, a pesar de sus terribles deudas y algunos negocios fallidos, supo manejar con mucha creatividad otros recursos a los que tenía acceso (personas, tierras, títulos) e hizo llegar a buen puerto varios de sus proyectos en sus parroquias.

 

Montó las obras de teatro de Molière, organizó a sus parroquianos en cooperativas para que desarrollaran oficios y supervisó la construcción de un convento para mujeres indígenas.

 

Lo que tuvo de mal empresario lo compensaba con ser un espléndido organizador social.

Cuando, en 1808, sobrevino la gran crisis política en España, invadida por los franceses y desprovista de rey, los criollos como Hidalgo estaban entre preocupados y enfurecidos.

 

Tenían que actuar: ya fuera por las buenas o por las malas.

 

Por las buenas, pactando con las autoridades españolas una forma de autonomía dentro de la monarquía (algo así como Canadá con respecto a Gran Bretaña).

 

O, por las malas, forzando la independencia mediante las armas.

 

Dada la terquedad y las malas mañas de los españoles, los criollos optaron por la segunda opción.

La de Querétaro no fue la primera conspiración antiespañola, pero sí la que al cabo llevó a la insurrección.

 

Fue iniciada por el capitán Ignacio Allende, quien pronto reclutó al cura de Dolores, Miguel Hidalgo, personaje de gran prestigio social, talla intelectual y habilidad como organizador.

 

Cuando la conspiración fue descubierta, la noche entre el 15 y 16 de septiembre de 1810, Hidalgo decidió dar, entre sorbos a su chocolate, el salto y “agitar el negocio” aquella misma noche.

 

Así empezó nuestra gesta de Independencia.

Con pocas armas, alguna que otra idea, la imagen de la Virgen de Guadalupe por delante y mucha ira y esperanza acumuladas, empezó el movimiento de Independencia.

Miles de personas se unieron a las huestes del cura de Dolores, muchas más de las que se podían controlar, armar o mandar a pelear eficazmente.

Un pueblo tras otro recibió a Hidalgo y a los suyos con los brazos abiertos, salvo Guanajuato, donde se vivieron una cruenta batalla, numerosos saqueos y una lamentable masacre en la Alhóndiga de Granaditas.

Finalmente, cuando Hidalgo estuvo a las puertas de la capital novohispana, por una razón u otra, decidió no entrar a la Ciudad de México y se retiró hacia el Bajío y el Occidente.

Esto dio oportunidad a los realistas de asestarle tremendas derrotas al movimiento, desbandar a su ejército y capturar a sus líderes, incluyendo a Hidalgo.

Hidalgo, como sacerdote, enfrentó un tribunal eclesiástico, que le acusaba de haber violado varias penas canónicas, y se le condenó a ser retornado al estado laico.

También enfrentó, desde luego, un tribunal militar, que le imputó el gravísimo cargo de traición y le impuso la pena de muerte.

Tras recibir los sacramentos, fue horriblemente fusilado —pues se requirieron cuatro descargas—, el 30 de julio de 1811. Tenía 58 años.

 

Durante los siguientes dos siglos, ha sido juzgado una y otra vez por los historiadores, por las modas intelectuales y por las corrientes políticas en boga. A veces, para bien, y, a veces, no tanto…

De lo que no puede quedar duda es de que Hidalgo se encargó de organizar la conspiración, de extender el movimiento por todo el territorio de la Nueva España —mandando, por el ejemplo, a Morelos al sur—, de realizar importantes decretos —como la abolición del tributo o la esclavitud— y de sentar las bases para un nuevo país llamado México.

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Entrevista con Patricia Flores, directora de la Feria del libro de San Luis potosí.

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